Con honrosas excepciones, los premios Nobel de Economía se conceden a expertos que llegan casi siempre a conclusiones convenientes para los intereses dominantes en la sociedad. Como ejemplo, Diamond, Mortensen y Pissarides, los tres galardonados este año: estudian el mercado de trabajo y las pensiones, temas de máxima actualidad y se subraya la validez práctica de sus investigaciones. Los tres, además de sus posiciones en la Academia, son destacados asesores de política económica y sus trabajos son utilizados por muchos economistas que, a su vez, asesoran a altas instituciones de sus respectivos países.
Los premiados han elaborado modelos matemáticos en los que tratan de incorporar elementos no reconocidos en los enfoques convencionales, intentando aproximar los supuestos más elementales de la economía ortodoxa a la vida real y por ello son galardonados. Algunas de las conclusiones a las que llegan son que el mercado de trabajo no funciona como los demás mercados, sino que experimenta numerosas fricciones que hacen que los mercados no regulados sean ineficientes. Destacan que un subsidio de paro generoso provoca una mayor tasa de paro porque alarga el periodo de inactividad al disminuir la intensidad de la búsqueda de trabajo de los desempleados y sugieren que a partir de los seis meses se reduzca la prestación por desempleo a favor de la formación, o que el subsidio de desempleo se vaya reduciendo en el tiempo para obligar al parado a buscar empleo.
Aunque uno de ellos reconoce que la alta temporalidad hace que el desempleo crezca más rápido (Pissarides), sigue opinando que crear contratos temporales aumentaría el empleo. El experto en pensiones (Diamond) señala que habría que prolongar todo lo posible el periodo sobre el que se calcula la prestación de jubilación, que la edad de retiro debiera ser flexible, que se incentive que la jubilación sea más tardía. Y así sucesivamente.
Por supuesto hay también algunos elementos ''progresistas'' en sus recomendaciones (la necesidad de instituciones laborales que corrijan estos fallos del mercado y lo regulen, o que hay que mejorar las pensiones de las viudas), pero en estos consejos se puede reconocer la base de la reforma laboral y las propuestas para la de pensiones que se están planteando en casi en todos los países de la UE y en particular en España. Claro que se puede argumentar que ello muestra la solvencia de unas medidas tomadas sobre la base de rigurosos análisis económicos que las justifican, pero ¿existen garantías de que son las correctas?
Sus análisis tratan el mercado de trabajo como si fueran las ineficiencias internas de dicho mercado las que explican su mal funcionamiento, siempre de forma parcial y aislada, como si todas las demás variables fueran constantes, supuesto tan querido por los economistas. Olvidan muchas variables significativas que inciden en dicho mercado: la historia del desarrollo del país, su estructura productiva, la composición de la fuerza de trabajo, la tecnología, el tejido empresarial, la calidad de sus empresarios, etc. Y sus recomendaciones ignoran aspectos fundamentales de la estructura social (¿quién despide a los trabajadores y por qué lo hace?) y toman como premisas aspectos muy dudosos al suponer que los trabajadores son vagos y el subsidio de desempleo les lleva a alargar el periodo de paro, añadiendo el insulto a la injuria. ¿Tienen idea de cómo se vive con los ingresos del subsidio de paro? ¿Saben realmente que los parados con subsidio de desempleo son vagos? ¿Recomiendan que se lancen al primer trabajo que les ofrezcan aunque no se parezca en nada a sus cualificaciones?
Habría que añadir muchas más preguntas. El mercado de trabajo trata de personas, de relaciones sociales entre poderes muy asimétricos, y está estrechamente vinculado a otros aspectos de la economía y la sociedad. Estos autores utilizan técnicas y modelos muy elaborados que les hacen parecer muy rigurosos, pero se diría que no han descubierto gran cosa que un observador inteligente del mercado de trabajo no supiera ya. Nos recuerda el pensamiento de Paul Baran (economista crítico estadounidense), que señalaba que ''los economistas sacrificamos a menudo la relevancia de los problemas a la belleza de los instrumentos formales''.
Los premios Nobel tienen una abundante tradición de galardonados erróneos. Quizá el más escandaloso fue el concedido en 1997 por desarrollar un nuevo método para determinar el valor de los derivados a Merton y Scholes, que fueron antes de un año los artífices de una de las mayores quiebras financieras de Estados Unidos, pero no es el único. Llevan años concediendo el premio a economistas destacados por sus aportaciones basadas en la economía convencional y recomendando políticas económicas neoliberales, siempre orientadas a reforzar los intereses de los poderosos. Los Nobel sirven de potentes instrumentos para legitimar las decisiones del poder económico y político.
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