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miércoles, 5 de enero de 2011

Los que ''cocinan'' los alimentos


Las colmadas reservas y las soberbias cosechas de alimentos, ya no sirven para aplacar la voracidad y la avaricia de unos pocos a los que no les importa que la gente muera de inanición. Los precios de muchas materias agrícolas (todas aquellas que entran en el mercado global) se determinan por las interacciones entre la oferta y la demanda en las Bolsas más ''importantes'' del mundo. Ya saben ustedes que en el mercado del parqué no se intercambian sacos de trigo o patatas, sino que se negocian contratos de compraventa en los que se especifican cantidades y plazos de entrega. Un mercado invisible de futuros impredecibles.

Hasta hace varias décadas este modelo se encontraba, al menos, compensado por una serie de políticas regulatorias que buscaban estabilidad en los precios de los alimentos. En el comercio internacional los aranceles protegían las economías nacionales. En el comercio interno se contaba con servicios de almacenamiento público de grano, precios de referencia y cuotas de producción, como mecanismos para hacer más equilibrados los mercados. Pero, a partir de los años 90, las políticas neoliberales se diseñan para eliminar cualquier medida regulatoria. Se entablan las primeras negociaciones que llevarán a la formación de la Organización Mundial del Comercio, las primeras reformas de la Política Agraria Común, los primeros Tratados de Libre Comercio, etcétera. En su ecuación, el precio de los alimentos lo marcará desde entonces, indiscriminadamente, el mercado.

Estos mercados llevan asociada una figura, los especuladores, porque de eso se trata, de regatear con el porvenir. De comprar y esperar el mejor momento para vender; y está claro que no aguardan frente a la ventana esperando ver si llueve mucho o poco. ¿Podemos generar dudas sobre las próximas cosechas, se preguntan? Si las noticias dicen, por ejemplo, que en Rusia hay mucha sequía, que corra la pólvora mediática, que el incendio nos favorecerá.

Sobre esto nos habla Kaufman en el reportaje ''La burbuja alimentaria'', y explica un elemento clave en la evolución de los mercados de futuro y consecuentemente en los precios finales de los alimentos: la llegada de los fondos de inversión a estos territorios. ''La historia de la alimentación tomó un giro siniestro en 1991. Ese año Goldman Sachs decidió que el pan nuestro de cada día podría suponer una excelente inversión. Con su acostumbrado cuidado y precisión, los analistas de Goldman se dedicaron a transformar los alimentos en concepto. Seleccionaron ocho productos primarios mercantilizables y elaboraron un elixir financiero que incluía ganado, café, cacao, maíz, porcino y una o dos variedades de trigo (…) que a partir de entonces se conoció como Índice de Materias Primas de Goldman Sachs. Desde la innovación de Goldman, miles de millones de nuevos dólares han aplastado el suministro y la demanda reales de trigo''.

Un banco de inversiones (rescatado con fondos públicos), al que luego se sumaron otros (Citigroup, Bank of America, Deutsche Bank) maneja los hilos de un derecho humano. Provocaron la crisis alimentaria de 2007 y 2008, con la terrible consecuencia de aumentar en 250 millones el número de personas que pasan hambre. Y ahora, de nuevo, están agazapados inflando la burbuja. Si se hacen realidad las promesas de reformas en los mercados financieros, una de ellas es clara y urgente.

La especulación

Los estamentos públicos en todas sus dimensiones, incluída la FAO, tampoco están dispuestos a frenar las prácticas criminales del “Dios Mercado” y mucho menos a separar la agricultura y la alimentación de toda depravación mercantilista. Multinacionales, inversores, bancos y brokers seguirán siendo los ''amos del mundo'', caiga quién caiga, adelgace quién adelgace.

Según una escala que confecciona la FAO, antes de 2007, el índice de precios de los alimentos nunca superó los 120 puntos y durante la mayor parte del tiempo se mantenía por debajo de los 100. En noviembre de 2009 el índice de precios de los alimentos mantuvo una media de 168 puntos. Este nivel fue un 20% inferior al máximo histórico de junio de 2008, cuando la crisis mundial en los precios estaba en pleno apogeo.

Estas cifras indican claramente que, en los últimos años, los alimentos han experimentado incrementos espectaculares en sus precios que amenazan la seguridad alimentaria de millones de personas.

En septiembre de 2010, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), anunció que 925 millones de personas en el mundo sufrían hambre. Aunque se ha logrado descender de los 1023 millones contabilizados en 2009, la actual cifra sigue siendo “inaceptablemente alta”, según la propia organización, además de que puede llegar a ser mayor, por los métodos de investigación que tiene la FAO para develar las cifras. 

La FAO justificó el aumento en 2007 y 2008 vinculandolo a malas cosechas, reducción de las reservas mundiales de cereales, alza en los precios del petróleo y el desvío de cultivos para fabricar agrocombustibles. También por las restricciones a la exportación impuesta por algunos países cuando estalló la crisis de los precios, la debilidad del dólar y la especulación en los mercados financieros.

A finales de 2009, por el contrario, las reservas de cereales se habían recuperado, las exportaciones eran más adecuadas y el precio del petróleo había descendido, entonces ¿Por qué seguían los precios elevados? Se pregunta Vicent Boix, escritor y autor del libro “El parque de las hamacas” en su artículo “HACIA UNA NUEVA CRISIS ALIMENTARIA”  publicado por El Proyecto Matriz.

Como muchas organizaciones y muchos expertos han indicado, dos de las causas señaladas por la FAO serían el detonante que ha empujado a la humanidad a una etapa de alimentos caros: los agrocombustibles y la inversión en los recursos agrícolas.

La organización GRAIN cita que el dinero especulativo en alimentos, justificado y naturalizado por la ''inflación'', creció de los 5.000 millones de dólares en 2000 a los 175.000 en 2007, lo cual se representa en un incremento del 3.500% durante el periodo. Numerosas fuentes bibliográficas informan que, inversores y empresas han especulado en la compra de tierras y cosechas ya que dicha actividad genera espectaculares dividendos.

La FAO es consciente de este fenómeno. En junio de 2010 reconocía la influencia de la especulación en alimentos en la crisis de 2008, pero a la vez indicaba que “(…) limitar o prohibir los mercados especulativos puede traer más inconvenientes que ventajas“, poniéndose claramente a favor de los especuladores.  

En los meses de agosto y setiembre de 2010, en la bolsa de futuros de Chicago (el principal nido de especuladores) el trigo sufría un incremento del precio de un 60-80% respecto al mes de julio. Al parecer, algunos brokers vieron una oportunidad de oro en la prohibición de las exportaciones de trigo en Rusia y la escasez en otros países como Ucrania y Canadá. Las multinacionales alimentarias también reaccionaron ante el temor de la escasez. Por eso realizaron contratos de futuros y acapararon trigo.

Los precios, lógicamente subieron y los países de África exigieron a la FAO soluciones en la volatilidad de los mismos. El aumento del 30% en el precio del pan, originó en Mozambique disturbios que han dejado varios muertos.

Y la agricultura dónde queda?

Se han ofrecido datos de la influencia de la especulación en los precios de los alimentos. También sobre el control que ejercen algunas transnacionales en algunos recursos agrícolas y los beneficios que acarrea dicho oligopolio. Se ha visto como algunas empresas alimentarias también ganaron sumas ingentes en periodos de hambre. Y en este punto nos centraremos un poco más en este aspecto del comercio de los alimentos.

Aquellos campesinos y agricultores que no cultivan para subsistir o no venden en mercados locales, tienen que luchar por su porción de pastel dentro del ''supermercado global''. Eso conlleva acatar las condiciones de aquellos que especularán con sus cultivos y/o que comprarán sus productos (intermediarios, transnacionales agroexportadoras, ciertos minoristas, centros comerciales, supermercados, etc.).

El principal problema que enfrenta el campesino es que estos intermediarios, transnacionales, etc. ejercen un control sobre el comercio de los alimentos y son los que imponen los precios y las características de los cultivos. Estamos pues ante otro eslabón de la cadena alimentaria, dominado una vez más por un oligopolio que establece los parámetros sin medir las consecuencias.

Estos productos que son literalmente “robados” al agricultor, luego multiplican su valor en las estanterías de comercios y supermercados. En España, por poner solo un ejemplo (que sirva de lo que ocurre en el resto del mundo), la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) y las organizaciones de consumidores, UCE y CEACCU, elaboran periódicamente el Índice de Precios en Origen y Destino de los Alimentos. En el último estudio correspondiente al año 2009, se denunciaba que los alimentos multiplicaban por cinco su valor, desde el agricultor al consumidor. Se descubrieron casos extremos como el de la zanahoria, que era pagada al campesino a 0,08 euros y se vendía luego a 0,98.

Se ha llegado a este extremo porque la distribución ha quedado en manos de un puñado de intereses que imponen sus condiciones. En España, en el año 2005, el 90% de la venta de alimentos estaba controlada por la distribución moderna y es más, el 75% del total lo manejaban cinco supermercados y dos centrales de compra. Esta concentración de la oferta creció en la medida que cerraban sus puertas más de 70.000 tiendas tradicionales en la última década. Cifras similares se repiten en otros países. En Suecia en el año 2000, tres distribuidores modernos acaparaban el 95,1% de la venta de alimentos. En Dinamarca eran seis los que controlaban el 63,8%. En Argentina tres conseguían una cuota del 45,3% y en Chile tres más obtenían un 39,6% del total. 

Este fenómeno del intermediario es bien conocido a nivel mundial. Los agricultores reconocen el problema del intermediario, (conocido también como “el coyote”) y la inexistencia de financiación para sus cultivos, junto a una tercera causa: la entrada de los excedentes de los países del norte, que al estar subsidiados compiten y desplazan la producción local (dumping).

El periodista argentino Luis Sabini plasma perfectamente los devastadores efectos de este tipo de medidas, en su artículo “La crisis mundial de las producciones locales”. Según datos de Hernán Pérez Zapata (cit. p. Luis Sabini), Colombia antes podía auto abastecerse de su propio trigo hasta que el estadounidense fue invadiendo sus mercados. En 1966 el país sudamericano producía 160.000 toneladas e importaba 120.000 toneladas. En 1990 cultivaba 20.000 e importaba 1.200.000. En el 2004, la importación superó 1.800.000 toneladas.

En México, la Confederación Nacional Campesina, denunció que varios años después de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte “(…) sólo quedan 5 mil 200 productores de arroz en todo el país, cuando hace una década eran casi 30 mil, y si antes se sembraban unas 250 mil hectáreas, la superficie actual apenas llega a 70 mil''. Y “(…) el campo mexicano presenta daños más graves que los producidos por huracanes, ya que en el caso del arroz se han importado 7 mil millones de toneladas y un 80 por ciento del grano que se consume en el mercado nacional. El cultivo del cereal estuvo a punto de desaparecer y ahora, en similar riesgo están los productores de maíz, frijol y caña de azúcar, ante la apertura total en 2008 (…)”.

Este fenómeno de las importaciones excedentarias subsidiadas favorecidas por la rebaja en los aranceles, es catastrófico porque extermina a millones de agricultores que no pueden competir, aunque sería injusto circunscribirlo en una sola dirección norte – sur. Más que nada porque muchos terratenientes, distribuidores e inversionistas han acaparado tierras en los países del sur y han deslocalizado ciertos cultivos ya que pueden obtenerlos más baratos. Hacendados y aristócratas de las naciones ''pobres'' también han entrado en esta dinámica y venden grandes cantidades de cultivos a intermediarios del norte. De esta forma, estos alimentos cultivados en el sur por grandes intereses, viajan hacia las estanterías de las naciones del norte y como son más competitivos desplazan a sus agricultores hasta llevarlos a la ruina.

Los pequeños agricultores de los países del sur antes generaban sus alimentos pero fueron abatidos por las importaciones subsidiadas entre otros motivos. Ahora las tierras de estos países cultivan para exportar productos exóticos sobre todo. Las naciones, una vez aniquilados sus agricultores, dependen de las importaciones de alimentos, que pueden estar peligrosamente encarecidas si los brokers deciden ''jugar'' un poco. Quienes no puedan aceptar las condiciones del intermediario ni competir con las importaciones subsidiadas, deberán abandonar la tierra y buscar otra manera de subsistir.

Por eso millones de agricultores abandonan la tierra cada año y ésta acaba concentrándose cada vez en menos manos. España, con cifras del último censo agrario disponible (año 1999), había perdido en una década más del 21% de las explotaciones agrarias, mientras la superficie utilizada y labrada ascendían. En la Unión Europea desaparecieron cerca de 500.000 explotaciones agrarias entre 2005 y 2007. En Reino Unido, desde 1965 hasta 1995 se desvanecieron más de 200.000. Argentina, en 1988 albergaba 421.221 explotaciones y pasó a 333.533 en 2002, según los Censos Nacionales Agropecuarios elaborados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República. Según el Servicio de Estadística Agrícola Nacional, entre los años 1964 y 2007, Estados Unidos dilapidó aproximadamente el 40% de sus explotaciones, incrementándose a la vez el tamaño medio de éstas.

Entre 1994-1996, la agricultura acogía al 47% de la población económicamente activa a nivel mundial, cifra que en 2006 descendió a un 42% según la FAO. En el mismo intervalo de tiempo, la población rural disminuyó del 55% del total al 51%. Según datos de la misma organización y también en dicho periodo, el comercio internacional agrícola se incrementó considerablemente en todo el planeta. Las importaciones pasaron de 449.000 millones de dólares a 746.000 y las exportaciones de 432.000 a 721.000. Estos números indican claramente que, comercio internacional y ''desarrollo'' no van precisamente agarrados de la mano, porque se repite y se profundiza en el modelo que Moore Lappé y Collins denunciaron hace tres décadas.

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