Político y militar chileno, prócer de la independencia chilena. Era hijo natural de Ambrosio O'Higgins y de una joven criolla, doña Isabel Riquelme y Mesa. Por conveniencias sociales, el niño recién nacido (20 de Agosto de 1778; Chillán - Chile) fue llevado a Talca, donde se crió al cuidado de don Juan Albano Pereira y de su esposa, doña Bartolina de la Cruz. Cuando cumplió once años regresó a su ciudad natal para seguir estudios en el colegio de los religiosos franciscanos, pero no permaneció mucho tiempo en Chillán, pues su padre, a la sazón gobernador de Chile, decidió que completara su educación en un centro más selecto, como era el Convictorio de San Carlos, en Lima, donde permaneció hasta los 17 años.
El futuro libertador de Chile se puso de nuevo en camino, siguiendo las instrucciones de su padre. Esta vez se dirigió a Cádiz y de allí a Inglaterra, donde estudió en una academia inglesa y donde, además de materias científicas como geografía, botánica o matemáticas, aprendió francés, música, pintura y esgrima. Durante su estancia de tres años en Gran Bretaña fue que comenzó a crecer su interés por la política. En este sentido, la relación con el prócer venezolano Francisco de Miranda le introdujo en la senda revolucionaria. Enterado su padre, ya virrey del Perú, dejó de protegerle, aunque a su muerte resolvió legarle la mayor parte de su fortuna. Regresó a la patria en 1802 y hasta 1810 se dedicó a la hacienda que le dejó su padre, la cual engrandeció notablemente. Ocupó cargos públicos, como el de procurador del cabildo de Chillán, pero al propio tiempo se mantuvo en la tarea de fomentar el ideal de la Independencia.
El 18 de setiembre de 1810 colaboró activamente con Juan Martínez de Rozas en la creación de un cuerpo de milicias y la convocatoria de un Congreso Nacional, para el que obtuvo el acta de diputado por Los Ángeles. Luego se trasladó a Santiago y se integró en el Tribunal Superior de Gobierno. Siguió después una confusa etapa en la que las luchas políticas se mezclaron con asonadas militares, que desembocaron en un proceso legislativo más activo y liberalizador. El golpe militar de José Miguel Carrera le condujo a la cuarta Junta Gubernativa, pero las intrigas y desavenencias provocaron el cansancio de Bernardo O'Higgins, quien se retiró a los trabajos de su hacienda.
El desembarco de Pareja el 26 de marzo de 1813 en San Vicente modificó de nuevo sus planes, pues hubo de alzarse en armas contra la intentona realista. Muerto el brigadier Pareja y derrotadas sus fuerzas, los realistas se concentraron en Chillán y contra ellos avanzó O'Higgins, pero la posición se mantuvo y los patriotas tuvieron que retirarse. Las guerrillas realistas se extendían por la región. Mostró valor personal y de estratega en diversos combates, que le condujeron al generalato en 1814. Continuó la guerra contra los españoles, pero hubo de aceptar el convenio de Lircay, que supuso una tregua en las operaciones. La llegada de refuerzos para los españoles selló la reconciliación entre Bernardo O'Higgins y José Miguel Carrera, quienes decidieron unir sus fuerzas para concentrarse en la defensa de la estratégica Rancagua. La caída de la ciudad originó una crisis política profunda que se saldó con la huida de muchas familias patriotas hacia Argentina, entre ellas la de O'Higgins. El desastre de Rancagua puso fin al período de indecisiones conocido como la Patria Vieja.
Durante su estancia en Argentina hizo amistad con José de San Martín y entre ambos organizaron el Ejército de los Andes, que cruzó la Cordillera en enero de 1817 como fuerza emancipadora, y obtuvo la decisiva victoria de Chacabuco, que abrió las puertas de la capital. El 16 de febrero, una ciudadanía entusiasta ofrecía el mando supremo del Estado al victorioso general. Sin embargo, los intereses prioritarios no pasaban entonces por la política sino por la guerra y fue preciso continuar la lucha en el sur, aunque la suerte ya estaba echada y los realistas dejaron de ser una amenaza seria para la Independencia de Chile, que fue proclamada formalmente el 12 de febrero de 1818.
Según su notable visión geopolítica, la toma de Perú precisaba de medios navales, por lo que formó una escuadra, entregando su mando a Manuel Blanco Encalada primero y a Thomas Cochrane después. La flota de combate logró mantener la supremacía sobre la flota virreinal, dominando toda la costa del Pacífico. De esta manera el general San Martín pudo liberar a Perú del dominio colonial español.
Tras la batalla de Maipú el general pudo dedicarse plenamente a las tareas de gobierno. Acordó de inmediato un reglamento constitucional que determinaba sus atribuciones y deberes y creó un Senado con funciones legislativas y consultivas. La nación a la que ayudó decisivamente a nacer fue libre y unitaria en gran parte gracias a su esfuerzo. La libertad podía saborearse plenamente; libre era el comercio que abarrotaba el puerto de Valparaíso, libres las personas para circular sin pasaporte. En los pueblos se construían escuelas, se creaban bibliotecas y se impulsaban las artes. Con todo, el militar afortunado, el político honesto y consciente, hubo de afrontar pruebas muy duras, como fueron los rencores desatados tras el ajusticiamiento en Mendoza de los hermanos Carrera y la insurrección de Concepción.
El 28 de enero, un cansado O'Higgins resignaba el mando supremo de la patria y aceptaba el nuevo gobierno. Poco después abandonaba Chile rumbo a El Callao. Su objetivo era seguir viaje a Inglaterra junto con toda su familia. Para ello confiaba en los rendimientos de unas haciendas peruanas que San Martín le había donado, pero los realistas ocupaban todavía buena parte del territorio y la situación era caótica. Recibido con todos los honores, fue amablemente presionado para que asumiera el mando de las fuerzas peruanas. A la llegada a tierras peruanas del Libertador Simón Bolívar, O'Higgins entró en contacto con él y selló una fuerte amistad, al convertirse en un distinguido miembro de su Estado Mayor.
Los avatares de la lucha les llevaron a la costa, mientras el general Sucre vencía a los realistas en la decisiva batalla de Ayacucho. O'Higgins no realizó el viaje a Inglaterra, sino que permaneció en Perú tratando de rentabilizar sus posesiones de Montalván y Cuiba, en el valle del Cañete. Los rencores que dejó atrás en Chile maquinaron para que se le interrumpiera el pago de su pensión militar. En 1826, sus partidarios quisieron devolverlo al poder mediante una conspiración en Chiloé, pero, fracasada ésta, el general fue borrado del escalafón militar y quedó prácticamente proscripto.
Cuando el ministro Diego Portales declaró la guerra a la Confederación peruano-boliviana, el dictador Andrés Santa Cruz pretendió ganarlo para su causa. O'Higgins condenó la guerra fratricida, pero se negó a apoyar a Santa Cruz, incluso cuando éste le ofreció el retorno al poder en Chile. Cuando terminó la contienda, tras la victoria del general Manuel Bulnes en Yungay frente a las tropas de la Confederación, se abrió un paréntesis liberal en Chile con una política de reconciliación nacional liderada por el propio Bulnes. Éste ordenó en 1841 que se restituyeran el rango y los sueldos debidos a O'Higgins, pero la reparación llegó cuando éste estaba a las puertas de la muerte. Falleció en Lima el 24 de octubre de 1842.
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