Hoy en día, los totalitarismos son financieros. El practicado por la Reserva Federal (la Fed) (la entidad más antidemocrática del mundo en cantidad y calidad) es mucho peor en su profundidad y en sus alcances que los conocidos totalitarismos políticos del siglo XX, debido a su opacidad y a su control del sistema político de Estados Unidos.
Audrey Fournier, de Le Monde (5/4/10) (rotativo cercano a la cancillería francesa), examina los opacos manejos totalitarios de la Fed y el levantamiento del velo de los ''activos tóxicos'' que heredó, durante el rescate de finales de 2008, de dos entidades financieras mayúsculas: la aseguradora AIG y el banco de inversiones Bear Stearns (adquirido por JP Morgan-Chase).
La Fed fue obligada a exponer mínimamente la punta del iceberg de sus hazañas de ocultamiento y ''alquimia'' contables por dos sentencias judiciales, debido a la presión de la ciudadanía y algunos legisladores todavía patriotas. Ahora resulta que tales activos son todavía más grandes de lo previsto y alcanzarían 80 mil millones de dólares.
Fournier se asombra de la distribución perversa de tales ''activos tóxicos'' incrustados subrepticiamente en una serie de vehículos financieros complejos, como los ominosos credit default swaps (CDS) y cuyos alcances letales han hecho del sistema financiero anglosajón un verdadero nudo gordiano.
Fournier no entiende por qué no se rescató a Lehman Brothers, al tiempo que se salvaba a la aseguradora AIG y a Bear Stearns repletos de activos ''sucios''. Destaca que ha perturbado la opacidad, mucho más que el rescate per se, y se centra en la exhibición del oscurantismo contable de la Fed, que ocultó la mediocridad de los ''activos tóxicos'' que han perdido gran parte de su valor. Cita la opinión de Marvin Goodfriend, economista de la Universidad de Carnegie Mellon, quien en las páginas de la revista Business Week (quebrada y anterior propiedad del grupo de la autocalificadora Standard &Poor’s, y luego adquirida por Bloomberg) fustiga la intromisión de la Fed en la política fiscal: un dominio de la Secretaría del Tesoro y el Congreso.
Al parecer, Goodfriend no se percata que Estados Unidos vive bajo el totalitarismo de la financiera de Wall Street, dominado por los Madoff, Greenspan y Bernanke, coincidentemente miembros conspicuos del sionismo financiero global. The Christian Science Monitor, citado por Fournier, dice que el acuerdo fue realizado a puerta cerrada y sin nula supervisión del Congreso.
En forma lúcida, Fournier concluye que, además del daño causado al funcionamiento democrático de las instituciones de estadunidenses, la conducta de la Fed estimuló a otros bancos, algunos rescatados por el gobierno, a realizar riesgos considerables.
Fournier soslaya que la estructura anómala de la Fed que incluye en su seno a numerosos bancos privados en un matrimonio anticipado del ''verdugo con su víctima'' y que ni siquiera emite su propia moneda (tarea del Departamento del Tesoro).
Sigue más vigente que nunca el libro Secretos del templo: cómo la Reserva Federal controla el país, de William Greider, escrito hace más de 20 años y que habría que actualizar con la exhumación de los derivados financieros.
Audrey Fournier, de Le Monde (5/4/10) (rotativo cercano a la cancillería francesa), examina los opacos manejos totalitarios de la Fed y el levantamiento del velo de los ''activos tóxicos'' que heredó, durante el rescate de finales de 2008, de dos entidades financieras mayúsculas: la aseguradora AIG y el banco de inversiones Bear Stearns (adquirido por JP Morgan-Chase).
La Fed fue obligada a exponer mínimamente la punta del iceberg de sus hazañas de ocultamiento y ''alquimia'' contables por dos sentencias judiciales, debido a la presión de la ciudadanía y algunos legisladores todavía patriotas. Ahora resulta que tales activos son todavía más grandes de lo previsto y alcanzarían 80 mil millones de dólares.
Fournier se asombra de la distribución perversa de tales ''activos tóxicos'' incrustados subrepticiamente en una serie de vehículos financieros complejos, como los ominosos credit default swaps (CDS) y cuyos alcances letales han hecho del sistema financiero anglosajón un verdadero nudo gordiano.
Fournier no entiende por qué no se rescató a Lehman Brothers, al tiempo que se salvaba a la aseguradora AIG y a Bear Stearns repletos de activos ''sucios''. Destaca que ha perturbado la opacidad, mucho más que el rescate per se, y se centra en la exhibición del oscurantismo contable de la Fed, que ocultó la mediocridad de los ''activos tóxicos'' que han perdido gran parte de su valor. Cita la opinión de Marvin Goodfriend, economista de la Universidad de Carnegie Mellon, quien en las páginas de la revista Business Week (quebrada y anterior propiedad del grupo de la autocalificadora Standard &Poor’s, y luego adquirida por Bloomberg) fustiga la intromisión de la Fed en la política fiscal: un dominio de la Secretaría del Tesoro y el Congreso.
Al parecer, Goodfriend no se percata que Estados Unidos vive bajo el totalitarismo de la financiera de Wall Street, dominado por los Madoff, Greenspan y Bernanke, coincidentemente miembros conspicuos del sionismo financiero global. The Christian Science Monitor, citado por Fournier, dice que el acuerdo fue realizado a puerta cerrada y sin nula supervisión del Congreso.
En forma lúcida, Fournier concluye que, además del daño causado al funcionamiento democrático de las instituciones de estadunidenses, la conducta de la Fed estimuló a otros bancos, algunos rescatados por el gobierno, a realizar riesgos considerables.
Fournier soslaya que la estructura anómala de la Fed que incluye en su seno a numerosos bancos privados en un matrimonio anticipado del ''verdugo con su víctima'' y que ni siquiera emite su propia moneda (tarea del Departamento del Tesoro).
Sigue más vigente que nunca el libro Secretos del templo: cómo la Reserva Federal controla el país, de William Greider, escrito hace más de 20 años y que habría que actualizar con la exhumación de los derivados financieros.
Fournier se queda en el umbral de los manejos financieros y no profundiza en el papel de BlackRock, que maneja de forma triangulada tales ''activos tóxicos''. A BlackRock no se la debe confundir con otra financiera siniestra, Blackstone, implicada en el cobro de los seguros de las torres gemelas de Nueva York y controlada por Peter G. Peterson, anterior secretario de Comercio de Richard Nixon, y Stephen A. Schwarzman, miembro del club fantasmagórico Huesos y Calaveras, de Yale (donde opera el cordobista Zedillo, quien arruina de las finanzas mexicanas).
BlackRock constituye otra entelequia oscura de la piratería financiera anglosajona: firma de inversiones con sede en Nueva York que maneja una azorante cartera de 3,35 millones de millones (trillones en anglosajón) de dólares, equivalente al PIB (nominal) de Alemania. Pese a su secretismo contable y fiduciaria, BlackRock se convirtió en el mayor manejador de dinero del mundo. Pero una cosa es manejar su cartera propia y otra la de sus clientes que manejan a su vez 9 millones de millones (trillones en anglosajón) de dólares, equivalente al doble del PIB de China.
Los controladores aparentemente legales de BlackRock son Bank of America (34.1 por ciento de sus activos), el PNC Financial Services (24.6 por ciento) y la británica Barclays PLC (19.9 por ciento). ¿Quiénes dispondrían del restante 21.4 por ciento de sus acciones? ¿Por qué dos bancos gigantescos globales, como el estadunidense Bank of America y el británico Barclays, ya no se diga la Fed, necesitan como oxígeno la existencia triangulada de una entidad financiera como BlackRock?
El principal de BlackRock es Lawrence Fink, inventor e instrumentador de una de las mayores ''basuras'' financieras de la historia de la humanidad: los célebres mortgage-backed-security (MBS, por sus siglas en inglés: un género de derivados financieros basados en seguros hipotecarios de alto riesgo). ¿Por qué la Fed, en la etapa de Ben Shalom Bernanke, recurre al ''verdugo'' que victimó a millones de impotentes ciudadanos de Estados Unidos, el inventor de los MBS: causal primaria en precipitar la crisis financiera global?
BlackRock constituye otra entelequia oscura de la piratería financiera anglosajona: firma de inversiones con sede en Nueva York que maneja una azorante cartera de 3,35 millones de millones (trillones en anglosajón) de dólares, equivalente al PIB (nominal) de Alemania. Pese a su secretismo contable y fiduciaria, BlackRock se convirtió en el mayor manejador de dinero del mundo. Pero una cosa es manejar su cartera propia y otra la de sus clientes que manejan a su vez 9 millones de millones (trillones en anglosajón) de dólares, equivalente al doble del PIB de China.
Los controladores aparentemente legales de BlackRock son Bank of America (34.1 por ciento de sus activos), el PNC Financial Services (24.6 por ciento) y la británica Barclays PLC (19.9 por ciento). ¿Quiénes dispondrían del restante 21.4 por ciento de sus acciones? ¿Por qué dos bancos gigantescos globales, como el estadunidense Bank of America y el británico Barclays, ya no se diga la Fed, necesitan como oxígeno la existencia triangulada de una entidad financiera como BlackRock?
El principal de BlackRock es Lawrence Fink, inventor e instrumentador de una de las mayores ''basuras'' financieras de la historia de la humanidad: los célebres mortgage-backed-security (MBS, por sus siglas en inglés: un género de derivados financieros basados en seguros hipotecarios de alto riesgo). ¿Por qué la Fed, en la etapa de Ben Shalom Bernanke, recurre al ''verdugo'' que victimó a millones de impotentes ciudadanos de Estados Unidos, el inventor de los MBS: causal primaria en precipitar la crisis financiera global?
Todo suena muy extraño y seguramente ha de haber algo muy profundo en los avernos financieros de los ''activos tóxicos'' en Estados Unidos, que ya empiezan a ser desenmarañados y que apunta al despliegue de una silenciosa guerra financiera global, que probablemente hayan decretado contra el mundo los dirigentes del dinero de Nueva York y la City, como expone William Engdahl, cuya tesis de una guerra económica encubierta del sistema dólar merece ser desarrollada.
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