En pleno siglo XXI millones de seres humanos son empobrecidos como resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano. Más de 100.000 personas mueren cada día de hambre; 400 millones de niños son esclavizados; el 60% de los trabajadores del mundo carecen de contrato laboral y 200 millones de seres humanos han emigrado expulsados de sus tierras por el hambre y la miseria; entre tantas otras injusticias. Sin embargo el 10% de la población mundial dispone del 83% de la riqueza, siendo el 1% el que concentra el 43%. Es evidente que la humanidad vive sometida a la dictadura del capital que ha configurado un sistema político y económico, de ámbito planetario, basado en la injusticia y la desigualdad.
Ante el crimen político de la explotación, la esclavitud y el desempleo es urgente levantar, de nuevo, una voz por la dignidad de la persona humana que ponga el trabajo por encima del capital como principio moral y político incuestionable. La riqueza, los medios de producción, el desarrollo gradual de la ciencia y la técnica son fruto del patrimonio histórico del trabajo.
El trabajo debería ser una dimensión fundamental del ser humano, un medio por el cual las personas, con esfuerzo, transformen el mundo y a sí mismas. El trabajo debería ser la clave de la organización de la sociedad ya que precisa de la solidaridad y de la libre colaboración para su auténtica realización. Pero no lo es. El trabajo, entendido desde una visión occidental, significa destrucción y esclavitud para las sociedades del mundo entero.
La auténtica democracia exige libertad e igualdad por ello es incompatible con el capitalismo. Cualquier forma de organización sociopolítica en donde el capital esté por encima del trabajo debe calificarse de capitalismo y es un deber rechazarla. El Estado debe estar al servicio del pueblo y no al revés; debe garantizar la distribución y las condiciones del trabajo dignas y justas para toda la sociedad.
No respetar un trabajo digno es uno de los mayores atentados contra las personas y supone un debilitamiento del pueblo frente a las tendencias totalitarias del poder. El desempleo y la precariedad laboral son formas impuestas de disciplinar de forma ''adecuada'' a la sociedad para que esta sea maleable por quienes ostentan el ''poder'' en el mundo.
Debe garantizarse un ''sistema'' justo que permita a las personas ser independientes, alimentarse, tener una vivienda digna y poder atender su salud, cuestiones todas de primera necesidad y que no pueden ser cubiertas por una gran parte de la población global en la actualidad. Este cambio debe ser tan radical como urgente, ya que la dignidad humana no debe ser una cuestión de debate, ni de economía, ni de política, sino una cuestión de derecho a la vida.
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