De la maldición del petróleo sólo se salva Noruega, dicen. El impacto súbito que tiene el descubrimiento de yacimientos sobre la población local marca destino: guerra, polémica, dinero. Y es éste último el que está cambiando por completo la vida de cientos de Huaorani en el corazón del amazonas ecuatoriano. Es lisa y llanamente un etnocidio de dicha población, además del desastre medio ambiental causado por la actividad petrolera, en uno de los relictos de biodiversidad más importantes del mundo. Ejemplo de ello, es que en una hectárea de este lugar, hay más especies de árboles y arbustos que en toda América del Norte.
''Don dinero'' no era alguien conocido en el “bloque 16″ del Parque Natural del Yasuní. La vida, a diferencia de otras comunidades indígenas, estaba organizada en la autarquía: cazadores con mesura, agrícolas ocasionales, siempre en pequeños grupos en torno a un ancestro, a un clan. Nada que comprar, nada que vender. No existía el dinero.
Las primeras monedas y billetes entraron en los poblados de los Huaorani en la década de los 50, en los bolsillos de misioneros evangélicos que hicieron de enlace y cara amable para la retaguardia: la empresa Texaco, primera en operar en Ecuador una vez descubiertas las grandes reservas de hidrocarburos.
Repsol controla desde 1999 las 200.000 hectáreas del ‘bloque 16′ tras hacerse con la empresa argentina YPF, que operaba en el terreno desde 1996 porque a su vez también se hizo con la empresa Maxus, presente en la zona desde cinco años antes. Diferentes marcas, misma empresa, misma lógica: “Han desarmado a un pueblo guerrero dispuesto a defender sus tierras con un arma que desconocían y ha trastocado su mundo, les ha desorientado: el dinero”, según el informe de un grupo de trabajo del colectivo Clínica Ambiental que respaldan otras organizaciones sociales como Acción Ecológica.
Cada familia Huaorani recibe de 300 a 500 dólares al mes, según este documento. “Es la mayor ‘compensación’ a la población local que existe en Ecuador”, asegura Carolina Valladares, una de las autoras del estudio, “e incluso otras tribus protestan y se preguntan por qué a los Huaorani tanto y a los demás tan poco”. ¿Y por qué? “Porque con ese dinero han conseguido ahorrarse muchos conflictos con un pueblo que tiene un historial guerrero y violento”. El permiso indígena fue plasmado por escrito en el “Acuerdo de amistad, respeto y apoyo mutuo”, firmado entre 1993 entre Maxus y representantes de los huaorani.
“Lo que no se tiene en cuenta son las consecuencias de la entrada de tanto dinero en su sistema”, se dice. Con dinero en las manos, los Huaorani están dejando atrás lo más definitorio de su cultura, generando “sentimientos de privación, frustración y desorientación”, según las organizaciones, o empezando a “superar la pobreza” según las petroleras, que han puesto en marcha programas de educación, salud pública e infraestructuras. Sin embargo, el estudio sostiene que “sin identidad, ni autoestima el dinero se vuelve un mecanismo de destrucción silenciosa”.
Una de estas conductas derivadas de la desorientación social producida es el alcoholismo. “De hecho, lo que nos motivó a hacer el estudio fue la fama de alcohólicos que habían adquirido los Huaorani con respecto a otras tribus, cuando los pocos testimonios documentales que tenemos nos dicen que el alcohol nunca ha sido algo importante en su cultura”, afirma Valladares. En uno de los libros que se citan en el informe se recoge el testimonio de Joaquina, una mujer capturada por los indígenas en la década de los 50 y obligada a vivir con ellos, que cuenta que los Huaorani no consumen alcohol y nunca vio a ninguno bajo sus efectos.
“Esto ha cambiado”, dice el estudio. En el mercado de Pompeya, donde se reúnen diferentes tribus, “es común ver Huaorani borrachos”, que luego cogen un autobús pagado por Repsol para regresar a sus comunidades. “El alcoholismo ha sido provocado por el contacto y asistencialismo de las empresas petroleras”, sentencia el informe, porque “sin ser inducidos directamente a su consumo, obtienen de la petrolera los medios económicos (…) y sobre todo el entorno agreste que les hace desearlo. Obtienen grandes pagos pero ya no controlan sus vidas construidas alrededor de objetos modernos y la avidez por consumir”.
Los Huaorani no conviven con la naturaleza: son la naturaleza. Y, sin embargo, la irrupción de la filosofía “cohuorí” (así llaman a los que no son de la tribu) les ha llevado a cazar más de lo que necesitan para luego vender la carne en mercados fuera de sus poblados. No es que necesiten ese dinero. Según la organización Clínica Ambiental y Acción Ecológica, “con lo que reciben de Repsol ya tienen de sobra”. Además de carne de monte, en el mercado de la cercana localidad de Pompeya también se venden especies vivas nativas protegidas, como loros y monos.
Otra pata Huaorani que se desquebraja es la de la equidad social. “El manejo del poder de los Huaorani era igualitario”, dice Valladares, “fruto de su propio sistema autárquico. Ahora goza de más poder o prestigio quien tiene mayor acceso a bienes y objetos modernos, tiene mayor influencia para obtener recursos de las petroleras o habla español. El uso del dinero y el cambio en la concepción de poder los ha individualizado'', como ha ocurrido en todas partes con la llegada del dinero.
Las relaciones con la empresa también han transformado las jerarquías. Desde los años 80, empresas entrenadas para la negociación personal con estos colectivos “interceden en nombre de la petrolera para neutralizar la conflictividad”, y lo hacen a través del líder de cada clan. Fruto de esa relación cercana, ahora los líderes viven en “casas de dos plantas, con generador eléctrico, altavoces, aire acondicionado o karaoke…”.
La visión de Repsol
Periodismo Humano ha preguntado a Repsol-YPF directamente por la situación expuesta y ha remitido partes del informe de Clínica Ambiental para que pudiera ser refutado. La compañía española se ha limitado a enviar en pdf la memoria 2009 de Responsabilidad Social Corporativa de Repsol en Ecuador que puede descargarse aquí, que enseña la otra cara del esfuerzo por integrar a los indígenas.
En ese documento se confirma el acuerdo de entendimiento con los asentamientos indígenas del bloque 16 y se cifra en 876 mil dólares la inversión de Repsol y sus socios en proyectos sociales entre los que la compañía destaca precisamente la dotación de infraestructuras, su trabajo con los líderes de los clanes y los proyectos educativos para hacer de los huaoranis una tribu escolarizada, que hable español y que pueda ir a la Universidad.
De hecho, no ha sido hasta 2009 cuando el primer indígena huaorani ha terminado los estudios universitarios. Se trata de Fernando Nihua, que ya es licenciado en magisterio en la ''prestigiosa'' Universidad de San Francisco, en Estados Unidos. Se da la circunstancia de que Fernando Nihua es vicepresidente de la organización NAWE (Nacionalidad Waorani del Ecuador) que hace de interlocutora entre su tribu y Repsol-YPF, la que en su momento firmó los acuerdos que dan legitimidad a la empresa para operar y que recientemente ha sido muy crítica con algunas ONG como Acción Ecológica.
Aunque estas organizaciones acusan a Repsol de “paternalismo” por su forma de intentar dominar su entorno en el Yasuní, hay indicios que explican que la sociedad huaorani ha elegido cambiar de vida, ''integrarse''. El meollo del debate parece ser si estas personas que han vivido durante siglos aisladas voluntariamente tienen los elementos de juicio suficientes para en apenas unas décadas abandonar su forma de vida e ''integrarse'' a través de una compañía petrolera; si esa decisión es un ejercicio de libertad, presión o ingenuidad. De hecho, el tono paternalista no es exclusivo de las empresas, como el video de Acción Ecológica.
Repsol controla toda entrada y salida al Parque Nacional del Yasuní en el bloque 16 y sus alrededores, que son patrullados por el ejército gracias a un acuerdo de las empresas con el Gobierno de Ecuador. La única carretera de la zona fue construida en 1991 por Maxus, ahora filial de la petrolera. Para acceder a esta porción del paraíso Yasuní, es necesario estar acreditado por las oficinas centrales de la compañía en Quito, permiso que, según hemos confirmado con varios profesionales, no se suele conceder a los periodistas que solicitan comprobar si todo lo denunciado es cierto.
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