Mientras en Washington (Estados Unidos) se celebra la reunión anual conjunta del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, deberíamos tener presente, de nuevo, el Milenio del desarrollo y sus ''promesas''. La historia del desarrollo económico está llena de tentativas de corrección de los ''errores'' de sus políticas. El método preferido es agregar nuevos elementos a la agenda. En gran parte, esto ha consistido en ampliar las temáticas que se tienen en cuenta en las decisiones políticas, integrando algunas preocupaciones ambientales y sociales. El fracaso de este método salta a la vista, ya que de los ocho Objetivos del Milenio para el Desarrollo (OMD), solamente se alcanzaron dos y es poco probable que los otros seis lo sean en 2015. En otras palabras, los resultados de la actual agenda de desarrollo son escandalosamente escasos.
Efectivamente, la solución no es agregar nuevos elementos a ese marco, sino comprobar si los elementos ya integrados funcionan, y si no fuera así, si éstos podrían eliminarse. Es el caso de la Deuda mal llamada ''pública'' como herramienta de desarrollo político, económico y social. Por qué mal llamada de esta forma? Porque la deuda no la generaron las sociedades sino gobiernos sin la consulta previa de los pueblos y porque por más que se trate de suavizarla utilizando términos más ''delicados'', estas deudas son lo que son: una forma de opresión económica de parte de grandes empresarios, sobre la gran mayoría de los países y por añadidura sus pueblos.
Desde el Plan Marshall, en Europa, los círculos políticos tienen la idea fija de que la inyección de capital y el aporte de nuevos recursos financieros constituyen unos factores fundamentales para el desarrollo. En el transcurso de los últimos 60 años, el Banco Mundial se basó en esta premisa haciendo que el endeudamiento de los países fuera la clave para su desarrollo. La experiencia demostró que esta estrategia conduce a un fracaso total. En muchísimos casos, las condiciones de vida de cientos de millones de personas en el mundo se deterioraron debido a estas políticas de endeudamiento impuestas por el Banco Mundial y el FMI, con la complicidad de sus propios gobiernos.
En lugar de dotar a los países ''en desarrollo'' de nuevos recursos, el sistema deuda los obligó a priorizar el pago a los acreedores, en detrimento de los servicios sociales básicos. Según los datos del propio Banco Mundial, solamente en 2010, los países en desarrollo destinaron 184.000 millones de dólares al pago del servicio de la deuda, cerca de tres veces el monto anual que sería necesario para la realización de los OMD. Todavía es más angustiante saber que, entre 1985 y 2010, la transferencia neta de recursos, o sea la diferencia entre las sumas desembolsadas para el pago de la deuda y las recibidas mediante los préstamos, fue negativa y alcanzó los 530.000 millones de dólares. Es decir el equivalente a cinco planes Marshall. Durante este período, las instituciones financieras internacionales y los países acreedores utilizaron la deuda como instrumento para obligar a los países deudores a adoptar políticas que impiden las condiciones necesarias para una vida digna de sus poblaciones. Desde las privatizaciones y la reducción masiva de efectivos en los servicios públicos hasta el abandono de las barreras aduaneras que imposibilita la soberanía alimentaria, las políticas impuestas a estos países socavan cualquier posibilidad de que alcancen el desarrollo por medios endógenos.
Por estas causas, si hay algo que se debe hacer es anular las deudas públicas de los países ''en desarrollo''. Contrariamente a lo que dicen los escépticos, esta deuda sólo representa una cantidad ínfima: en 2010, el monto total de la deuda pública externa de estos países había alcanzado los 1,6 billones de dólares, o sea, menos del 5 % de los recursos dispuestos por el gobierno estadounidense para salvar los bancos. Si bien este monto pudo ser desbloqueado para mantener los bonus de los ejecutivos del sector financiero, parece que es demasiado pedir que se dedique una pequeña parte de esa cantidad para garantizar la mejora de las condiciones de vida de cientos de millones de personas de todo el planeta.
Claramente, es una cuestión política y no económica, pero es un hecho que la deuda continúa siendo el principal obstáculo para el desarrollo. Por lo tanto, hay que eliminarlo, como desde hace 24 años lo está reclamando el Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM).
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