A dos años del surgimiento del Movimiento 15 de Mayo (15-M) en España, podemos destacar las siguientes virtudes: ha permitido forjar una identidad contestataria que faltaba, ha proporcionado un saludabilísmo espacio de reencuentro de muchas gentes, ha reabierto con fortuna debates que parecían definitivamente clausurados, ha dado alas a movimientos que bien que las necesitaban y, en fin, y por encima de todo, ha hecho posible que muchas personas descubran que pueden hacer cosas que hace un par de años hubiesen resultado impensables. Con estos antecedentes, qué ganaríamos si el 15-M desapareciese? Al mismo tiempo podemos imaginarnos sin problemas las pérdidas, ingentes, que de ello se derivarían.
Una vez sentado lo anterior, asumimos la tarea de encontrar los posibles retos o problemas del movimiento. Lo primero es un argumento que en cierto sentido nace de la comparación del 15-M con los movimientos antiglobalización que lo antecedieron en el tiempo. Alguna vez se ha dicho que los movimientos de los indignados constituyen un intento de adaptación del mundo antiglobalización al nuevo escenario perfilado, a partir de 2007, por la crisis en europa. Aunque la idea creo tiene su fundamento, nos interesa ahora adentrarnos en una diferencia fundamental entre una y otra realidad. Si a menudo se ha sugerido con criterio que en el Norte rico los movimientos antiglobalización reclamaron en esencia derechos para otros (para los habitantes de los países del Sur y para los integrantes de las generaciones venideras), parece que esa dimensión es más débil, en cambio, en la realidad cotidiana del 15-M, una instancia mucho más aferrada a lo más próximo, al Estado-nación y, en último término, a lo local. Si este apegamiento a lo más cercano es una virtud, no deja de acarrear un problema obvio: cuando muchos han peleado para que el movimiento asumiese de pleno la lucha feminista, los retos que se derivan de la conciencia de lo que significan la crisis ecológica y el colapso, o, en suma, las necesidades que surgen de una solidaridad innegociable con muchas de las personas que habitamos el Sur del planeta, más bien parece que el 15-M no ha estado a la altura. Matizaremos lo que acabamos de decir: no se trata de que las activistas del movimiento no compartan esos objetivos; se trata de que la biología del 15-M remite de forma directa a lo más cercano (al paro y a los desahucios, para entendernos) y no está adecuadamente engrasada para encarar lo más lejano, en el tiempo o en el espacio.
Existe una segunda idea: en este caso sugiere que hay ámbitos importantes en los que el 15-M, o no ha resuelto convincentemente la cuestión correspondiente o, simplemente, no ha conseguido expandirse en terrenos que a muchas nos parecen importantes. Si ejemplo de lo primero lo siguen siendo las controversias que suscita la relación de aquél con el mundo del trabajo, ilustración de lo segundo lo es la precaria presencia del 15-M en el mundo rural y ello pese a que uno de los proyectos centrales avalados por el movimiento (la construcción de espacios de autonomía en los que, sin aguardar nada de nuestros gobernantes, apliquemos reglas del juego diferentes) remite en muy buena medida, por lógica, a dicho mundo.
Finalmente, una última observación: el 15-M tiene que esforzarse para clarificar qué es lo que quiere ser. Aunque la presencia al respecto de percepciones distintas, todas legítimas, no deja de tener su lado saludable, nos limitamos a enunciar en este caso una convicción del escritor español Carlos Taibo: ''con la que está cayendo, no entiendo que el 15-M pueda ser otra cosa que una instancia que en todos los órdenes de la vida plantee el horizonte de la asamblea, de la autogestión y de la desmercantilización para hacer frente a la barbarie capitalista desde la perspectiva de la lucha antipatriarcal, de la defensa de los derechos de los integrantes de las generaciones venideras y de la solidaridad con los desheredados del planeta. Y que lo haga en colaboración estrecha con todas aquellas instancias que están inmersas en la misma tarea''.
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