José tiene casi 19 años. Cuando era menor de edad cometió un delito y por eso hoy está privado de libertad en la Colonia Berro. Sin embargo, de lunes a viernes trabaja seis horas como recepcionista del ministro Daniel Olesker en las oficinas del Ministerio de Desarrollo Social. José es uno de los más de 160 jóvenes del Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente (SIRPA) que han tenido la oportunidad de trabajar mientras cumplen su sentencia, algo necesario para sentirse “dentro de la sociedad de vuelta”, según dijo él mismo.
José es recepcionista en el piso donde trabaja el ministro Olesker pero está recluido en Colonia Berro desde abril de 2012 y aún le faltan tres años para salir. “Es una buena experiencia trabajar por primera vez formalmente. Nunca había trabajado formalmente, siempre en negro, en albañilería y ese tipo de cosas, trabajo forzoso”, dice.
José, al igual que Kevin trabajan gracias al programa de Inserción Social y Comunitaria del SIRPA. Más de 160 jóvenes ya tuvieron su primera experiencia laboral formal a través de este programa y NINGUNO de ellos volvió a cometer un delito. Ambos firmaron un contrato de un año y medio y trabajan seis horas por día. Una camioneta los lleva y los trae de sus centros de privación de libertad. Llevan colgada una tarjeta que los identifica como funcionarios, cobran un sueldo y tienen los mismos derechos y obligaciones que el resto de los trabajadores. En este momento hay entre 40 y 50 trabajando, aunque en pocos días la cifra aumentará a 70 debido a diversos convenios firmados con empresas públicas. La mayoría están privados de libertad.
Kevin dice que en el trabajo se lleva bien con todos: “Me adapté normalmente, no tuve ningún tipo de problema ni dificultad”, aseguró. Cuando se lo consulta sobre si le gusta su trabajo, contesta: “Está bueno, por más que después no quedés, porque las referencias te ayudan para otro trabajo”. Además, este programa “le da oportunidades a los que quieren cambiar”, agrega. Kevin dice que no sufrió ningún tipo de prejuicio de parte de sus compañeros de trabajo: “Después de estar tanto tiempo en otro ambiente nos fuimos adaptando”, dice.
Antes de entrar a trabajar, los jóvenes asisten a un curso para aprender cuestiones básicas del mundo laboral. “Yo no sabía ni lo que era una AFAP. Ahora uno ya sabe y es otra cosa”, dice Kevin. Eduardo Méndez, director de la división donde trabajan los jóvenes, dijo que “da gusto trabajar con estos chiquilines”. “Estamos muy satisfechos con ellos. Estamos muy conformes con su desempeño y con su conducta: ya son del equipo”, agregó.
“La personalidad mía no cambió, yo siempre fui así, siempre fui educado. Por más que haya estado en la que estaba, nunca hablé mal a nadie. Cambié en el sentido de que siempre estaba con pibes que no todos son como yo... Es otra manera de mirar el mundo. No vas a estar haciendo siempre lo mismo. Y tenés otras oportunidades. Sabés que podés hacer algo bien en la vida. Te cambia mucho el pensar de las cosas, de cómo las vas a hacer, de lo que tenés que hacer, de lo que querés ser en el futuro, todo”, explica Kevin. Según él, ir a trabajar “te distrae la mente, te quita la ansiedad”. “Te sentís más libre, te sentís dentro de la sociedad de vuelta”, explica José. “Cuando estás allá (recluido) no es lo mismo. Que siempre te estén vigilando, qué hacés, qué no, dónde vas… Acá no tenés alguien que te esté mirando, entonces te sentís más libre, dentro de la sociedad”, agrega. “Te olvidás de los problemas. Cuando estás allá guardado se te juntan todos los problemas y no tenés cómo sacártelos de arriba. Algunos que se cortan, ponele... Te pesa más cuando estás ahí que cuando estás en sociedad. Cuando estás acá, por más que tengas problemas te sentís más cómodo. Yo me olvido de todo”, dice.
José tiene una hija. La mitad de su sueldo lo envía para ella y su familia. El resto lo está ahorrando. Apenas cobró su primer salario, Kevin se compró unos "champeones". Con el sueldo “ayudo a mi madre y con lo que me queda me compro algo”, cuenta.
“Yo igual no voy a perder la manera de vestirme”, asegura Kevin. En Mides les exigen usar vaquero y “remera simple”. Pero “seis horas nomás, después llego allá y me pongo un deportivo y campera, y el gorrito lo tengo en la mochila, ya cuando salgo para afuera me lo pongo”, cuenta.
Cuando comenzó a trabajar, Kevin estaba recluido en un hogar de máxima seguridad, pero ahora está “en otro que es normal, abierto”. En menos de un mes recuperará su libertad. “Va a ser lo mismo pero voy a venir de mi casa”, dice.
El antes y el después
Cuando 180 los consulta sobre la posible baja de la edad imputabilidad, Kevin enseguida responde “en contra”. “He discutido con funcionarios del centro. Mi familia no vota eso. Ni mis primos, ni mis tíos, ninguno va a votar eso. Eso no se va a aprobar”, dice. En tanto, José opinó: “No vas a querer que la cárcel sea la escuela de los gurises. Todo el mundo se merece rehabilitarse. Con 16 años cumplir penas de mayores es mucho, con 16 años no tenés una mentalidad como para soportar eso. Que te priven de tu libertad ya te pesa, y más las condiciones y todo eso... a los 16 años sos un niño”.
A juicio de Kevin, “la prensa ensucia demasiado” cuando trata temas de menores en conflicto con la ley. “Hay cosas que uno no lo hace y la prensa, porque el comerciante le dijo que lo hizo, la prensa dice que lo hizo”, comenta. “Es injusto porque miran siempre lo malo y no miran lo bueno. Y no miran por qué lo hacen, porque si hubieran más oportunidades como esta no habrían muchos pibes haciéndolo”, dice. Cuando se lo consulta sobre por qué delinquen, responde rápidamente que “algunos lo hacen por la droga” y “otros lo hacen por necesidad”.
José tiene quinto de liceo aprobado e imagina su futuro en el mundo deportivo. “Ya practiqué rugby y boxeo. Me gusta mucho la parte física”, dice, y agrega que le gustaría ser personal trainer. Kevin cursó hasta segundo de liceo y tiene muchos y variados planes a futuro. “Pienso estudiar asesoría en marketing. Hago boxeo, cuando salga lo voy a seguir haciendo. Y voy a hacer recursos humanos y logística”. Además, quiere terminar el liceo y luego ir a la universidad. “Quiero estudiar psicología para trabajar con los gurises del INAU, porque yo los entiendo”.
La rehabilitación
La ley 18.771 que creó el SIRPA incluyó la instauración de cinco programas. Uno de ellos es el de Inserción Social y Comunitaria, que tiene como objetivo “la re-vinculación de los gurises al medio social después de haber cumplido la medida judicial” a través del trabajo y el estudio, explicó el subdirector del programa, Carlos Rivero. “El trabajo concreto de los gurises pasa por tres dimensiones: la social, vincularlos a todo lo que tiene que ver con su entorno, su barrio, sus amigos; la familiar, porque los problemas de los gurises no son solo de ellos sino que atrás hay una familia que también incide en las conductas de los gurises; y en el plano personal, intentar construir con el gurí un proyecto de vida fuera de la institución y de una forma autónoma”, dijo Rivero.
Actualmente el SIRPA nuclea a 800 jóvenes, de los cuales 500 están privados de libertad. “La idea es tomar a los gurises que están próximos al egreso de la medida judicial, independientemente de la edad que tengan, y pensar con ellos el afuera. En general comenzamos a trabajar con los gurises cuando les restan unos seis meses de medida judicial”, agregó. “Que un gurí se involucre en una experiencia de este tipo hace que su proceso de cumplimiento de una medida judicial se acelere. Si responden bien al afuera, al trabajo, al relacionamiento con alguna jerarquía, con adultos, comienza un proceso de aproximación a una salida mucho más rápido que otros gurises que no pasan por esta experiencia”, explicó. “No hay nada más educativo que tener un trabajador al lado para empezar a implementar otros cambios en la cabeza de los gurises”, opinó Rivero, que es profesor de historia y trabajó muchos años en hogares para menores en conflicto con la ley.
Los tres primeros acuerdos que firmaron fueron con sindicatos: UNTMRA, SUNCA y PIT-CNT. Luego se sumaron, entre otros, Fábricas Nacionales de Cerveza, Grupo Bimbo, Maroñas, Multi-Ahorro, Tiempost, Umissa, Saceem y Montes del Plata. Incluso un joven trabajó durante 10 días en un barco pesquero.
“Tratamos de no amontonar gurises o no poner demasiados en un solo lugar de trabajo, porque la intención es que generen vínculos con personas diferentes a ellos”, señaló el subdirector del programa. Las autoridades de cada hogar de privación de libertad son quienes derivan a los jóvenes a este programa. Un equipo técnico los entrevista y habla con los funcionarios del hogar para ver si “están prontos” para afrontar una experiencia de este tipo. “Muchas veces no sabemos ni nos interesa la infracción” que cometieron, aseguró Mónica, una de las educadoras que hace un permanente seguimiento a los jóvenes.
Victoria, otra de las educadoras, contó que “al principio hay miedo e inseguridad” de parte de algunos trabajadores, cuando por primera vez se incorpora un joven, “pero después empiezan a abrir un poco la cabeza y a verlos desde otro lugar”. “Hay un proceso mutuo de conocimiento que solo el tiempo lo da. Cuando entran, entran con la mochila de que son del SIRPA, del INAU, todo el mundo sabe que van a entrar, los miran... La panadería le fía a todos los trabajadores menos a los de INAU. Así arrancan. Pero a los 10 o 15 días terminan jugando partidos de fútbol juntos, compartiendo un asado y yendo a la casa de otros compañeros”, señaló Rivero. “Esos prejuicios los gurises mismos se encargan de irlos derribando y terminan siendo gurises muy queridos dentro de los lugares de trabajo, y el resto de los trabajadores se preocupan por sus necesidades”, agregó. "Exigimos para ellos las mismas condiciones que cualquier otro trabajador en cuanto a derechos y obligaciones. El que trabaja en la construcción gana lo mismo que un peón. Ni mejor ni peor”, explicó Rivero. Incluso varios ascendieron a medio oficial, por lo que cobran sueldos mayores a 26.000 pesos.
En el programa trabajan diez personas entre administrativos, equipo técnico y educadores. Hay una computadora para todos y no tienen medio de transporte propio. “El acompañamiento que nosotros pensamos para los gurises es mucho más amplio que el que realmente se hace” debido a “falta de recursos y falta de personal”, dijo Rivero. “Es un laburo donde el teléfono te puede sonar a cualquier hora. Se necesita mucho compromiso con la tarea y mucha creatividad”, señaló.
Rivero dice que a muchos jóvenes “los hace famosos la prensa”, algo que dificulta su trabajo. “Cuando vos no tenés nada en tu vida -afecto, comida, atención, escuela, nada-, y de repente tenés cámaras de televisión por una cosa jodida que vos hiciste, es muy difícil plantearte que el camino es laburar y estudiar”, explica. Sin embargo, asegura que “aún así” el trabajo se puede hacer. “Para estos gurises, que muchos de ellos fueron tapa de diario y que los pasan 40 veces por la tele, el daño que le están haciendo no es irreversible, pero nos cuesta muchísimo trabajo ponerles la cabeza en otro lugar y hacerlos pensar que hay otro mundo afuera muy diferente”, señaló.
En muchos casos los jóvenes infractores “vienen de dos, tres, cuatro generaciones en donde el valor del trabajo no existe en su entorno cercano”. “El trabajo y todo lo que trae aparejado el mundo del trabajo son un descubrimiento para ellos. Y cometen torpezas que ningún trabajador cometería, como ir a trabajar y no marcar tarjeta, llegando temprano”, contó Rivero. Rivero esbozó un caso particular: “después de un año y pico del gurí laburando y haciendo un seguimiento, estaban conversando en la rambla con el educador. Y recién ahí al gurí le cayó la ficha de que había matado a alguien. Y empezaron a conversar de eso, tres años después de lo que había ocurrido. Y el gurí ahí se dio cuenta de que no solo había matado a alguien, había matado al padre de alguien, al hijo de alguien. Cuando se llega a ese momento de reflexión es muy difícil que ese gurí vuelva a matar a alguien. Logró hacer un proceso, maduró, y ahora que está laburando, en otro ámbito, construyendo su vida hacia adelante, compra las cosas con su esfuerzo. Ahí ese ciclo se empieza a redondear en su cabeza y estamos casi terminando el trabajo. El objetivo nuestro ya está cumplido”.
Planes como este, si bien provienen del gobierno, vale la pena destacarlos cuando dan resultado. Pero no hay que aplaudirlos sin más, sino analizarlos en profundidad y mejorarlos, así como ampliar la colaboración por parte de movimientos sociales y/u organizaciones que aporten desde su lugar o creen planes alternativos pero con los mismos fines. Por ende, habrá que trabajar más aún en otro tipo de proyectos que vayan en la misma linea y que sirvan para la rehabilitación, pero sobre todo para una inclusión real de estos muchachos que merecen su oportunidad y que por lo visto no la están desaprovechando. Cuando se habló de la baja de la edad de imputabilidad fue una ridiculez y cuando se la llevó a votación, una falta de respeto a todo el pueblo oriental. Estos son los caminos que debemos de tomar y darnos cuenta que con discriminar, excluir y apresar, no estaremos solucionando el problema, el cual no es penal, sino social y con una raíz profunda en la historia del país y que se va modificando según los contextos y momentos históricos.
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