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miércoles, 27 de octubre de 2010

Hablando en la misma lengua


La hidroenergía y su saldo de desplazamientos, privatización y ruptura de ecosistemas es aún competitiva solamente porque los costos sociales y medioambientales no entran en los cálculos de las corporaciones que hacen de la construcción de represas un negocio. Y ese precisamente puede ser su eslabón más débil, explica el Prof. Carlos Vainer.
La lucha contra los megaproyectos que privatizan los bienes naturales se ha convertido en la actualidad en una especie de guerra de posiciones entre los movimientos sociales y organizaciones aliadas y el gran capital. En ese sentido, ¿quién va a la delantera? Dicha pregunta, en el marco del 3er Encuentro Internacional de Afectad@s por Represas que tuvo lugar a comienzos del mes de octubre en Temacapulín, Estado de Jalisco, México, fue formulada a un especialista, el brasileño Carlos Vainer.
El Profesor Vainer es Coordinador del Laboratorio Estado, Trabajo, Territorio y Naturaleza de la Universidad Federal de Río de Janeiro (Brasil), un instituto que precisamente monitorea el devenir de estos procesos desde una perspectiva académica, pero también comprometida y activista. Vainer viajó a Temaca como asesor del Movimiento de Afectados por Represas (MAB, por su sigla en portugués) de Brasil, el mayor movimiento de este tipo en Latinoamérica y probablemente del mundo entero.
“La respuesta no es la más optimista que me gustaría dar”, comienza diciendo Vainer. “Creo que vamos perdiendo, todavía no conseguimos crear un movimiento internacional suficientemente fuerte como para parar la construcción de represas”, añade. A su juicio la transformación del agua en una mercancía pasó de ser mediada por las empresas estatales en ser un producto cada vez más privado.
“La buena noticia es que la resistencia crece”, complementa el investigador carioca, marcando la creciente convocatoria de los Encuentros Internacionales de Afectados, desde una primera instancia, en Curitiba, Brasil (1997) en que en Latinoamérica prácticamente no existían movimientos articulados de resistencia, hasta la cita mexicana en que casi sin excepción se hicieron presentes uno o varios movimientos por país.
Hablar de la “guerra del agua” se ha transformado en un lugar común. Sin embargo, ¿cuánto falta para que de esa metáfora se pase a los hechos? O de otra manera: ¿cuánto resta para que existan intervenciones militares directas de países centrales en los grandes reservorios de este recurso en el sur del planeta, caso emblemático la Amazonia? “Veo hoy guerrillas del agua con conflictos y procesos localizados en varios lugares... que aún no hemos sido capaces de transformar en una guerra global del agua”, reflexiona Carlos Vainer al señalar que las burguesías locales han demostrado ser buenas aliadas del capital trasnacional que se ha apropiado crecientemente de ese recurso “sin necesidad de invasiones”.
“Si algo podemos sacar en limpio de este encuentro es que cuando se encuentra un campesino de Ecuador y un indígena de Filipinas y se encuentran ambos en resistencia... hablan la misma lengua”, dice Vainer para quien se aproxima el momento de “una lucha de clases a nivel internacional”.
Incluso desde la perspectiva crítica al proceso de privatización del agua y los energéticos se escuchan voces que hablan de una cuestión de tiempo. Según estas opiniones, el problema radica en una cuestión tecnológica, que se superará al modificarse la matríz energética. Vainer discrepa con este concepto: “las cuestiones tecnológicas forman parte de la lucha de clases”, insiste y se remonta al proceso de destrucción de máquinas desde la Revolución Industrial en Gran Bretaña. “La tecnología es un modo de lucha que se utiliza muchas veces para debilitar a los movimientos sociales en resistencia”.
A juicio de este investigador del Brasil, la energía eléctrica en base a represas como hasta el momento se conoce, es rentable únicamente porque por fuera de las cuentas de estos proyectos quedan los costes sociales y naturales. “Hoy la hidroenergía es un ’buen negocio’ porque los costos sociales y ambientales no son computados”, sostiene.

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